El fusilamiento de Dorrego
“¡Compadre quiero que usted me sirva de empeño!”
Antes de llegar preso a Navarro, dicho gobernador (Dorrego), habíame dirigido una esquela escrita con lápiz, me parece que por conducto de su hermano Luis, suplicándome que así que llegara al campamento le hiciera la gracia de solicitar permiso para hablarle antes que nadie. (…).
En el momento de recibir dicha carta o papel, fui y se la presenté al General Juan Lavalle a solicitar su permiso para hablar con el señor Dorrego así que llegara. Dicho General impuesto de ella me permitió verle así que llegara (…).
Subido yo al birlocho, y habiéndome abrazado (Dorrego) díjome: “¡Compadre, quiero que usted me sirva de empeño en esta vez para con el General Lavalle, a fin de que me permita un momento de entrevista con él! ¡Prometo a usted que todo quedará arreglado pacíficamente y se evitará la efusión de sangre, de lo contrario, correrá alguna!”.
“-Compadre, con el mayor gusto voy a servir a usted en este momento”, le dije, y me bajé asegurándole, que no dudaba, lo conseguiría.È (Gregorio Aráoz de Lamadrid, Memorias, Biblioteca del Suboficial, Bs.As., 1947, Pags. 359-360).
El Coronel Manuel Dorrego ha pasado a la posteridad principalmente por haber resultado víctima de una desgraciada decisión. Fue fusilado en los campos de Navarro, luego de ser depuesto por una asonada militar dirigida por el general Juan Lavalle, mientras ejercía el cargo de Gobernador de Buenos Aires. La muerte de Dorrego, con el paso del tiempo, nos avergüenza a todos los argentinos.
No debió ocurrir. Por aquellos años era común que los militares se levantasen en armas e hicieran su voluntad respecto de autoridades, mal que bien, constituidas. En realidad, al estudiar nuestra historia concluimos por no distinguir muy bien entre legalidad e ilegalidad.
Manuel Dorrego fue un hombre andariego, controvertido, valiente, bromista, díscolo y burlón, lo cual le trajo algún que otro dolor de cabeza en su carrera militar.
EL RUEGO DE LAMADRID
“¿Qué pierde el señor general con oírlo un momento?”
Corrí a ver al general (Lavalle), hícele presente el empeño justo de Dorrego, y me interesé para que se lo concediera; más viendo yo que se negó abiertamente, le dije:
-“¿Qué pierde el señor general con oírlo un momento cuando de ello depende quizá, el pronto sosiego y la paz de la provincia con los demás pueblos?”
-“¡No quiero verle ni oírlo un momento!”
Aseguro a mis lectores que sentí sobre mi corazón en aquel momento, el no haberme encontrado fuera cuando la revolución. Y mucho más el verme en aquel momento al servicio de un hombre tan vano y poco considerado (Lavalle). Salí desagradado y volví sin demora con esta funesta noticia a mi sobresaltado compadre. Al dársela se sobresaltó aún más, pero lleno de entereza me dijo: -“¡Compadre, no sabe Lavalle a lo que se expone con no oírme!…”. (Lamadrid (Ob. cit.).
Había andado por las Antillas y por los Estados Unidos, de donde regresó impresionado con el funcionamiento de la joven república norteamericana. Pudo ser abogado, pero decidió ser militar y participó en nuestras guerras de independencia. Marchó al norte con el Ejército de Belgrano, y también sirvió a las órdenes de San Martín cuando éste se hizo cargo de nuestras fuerzas que marchaban al Alto Perú. Belgrano, siempre modesto y servicial, de ser comandante en jefe había condescendido a ser un subalterno más del gran capitán. Dorrego (quien, a su vez, fuera subordinado suyo), no pudiendo con su genio, en una reunión de oficiales se había burlado de la voz aflautada de aquél, en oportunidad de uniformar las voces de mando, lo cual le había valido una seria reconvención por parte de San Martín (que no toleraba bromas e indisciplinas en cuartel); y una suerte de pequeño destierro a un destino olvidado en Santiago del Estero.
“Ya le he pasado la orden para que se disponga a morir”
– Bajéme conmovido, y pasé con repugnancia a ver al general. Apenas me vio entrar, díjome:
-“Ya le he pasado la orden para que se disponga a morir, pues dentro de dos horas será fusilado; no me venga usted con muchas peticiones de su parte”. ¡Me quedé frío!
-“General, le dije, ¿por qué no le oye un momento aunque le fusile después?”
-“¡No lo quiero!”, díjome, y me salí en extremo desagradado y sin ánimo de volver a verme con mi buen compadre, me retiré a mi campo. Lamadrid (Ob. cit).
Era, como todos aquellos hombres, fundamentalmente valiente pero algo irreflexivo. En la guerra civil, abrazó la causa de los federales. Sufrió arresto por indisciplina mientras estuvo en el Ejército del Norte a órdenes del general Belgrano, y también fue arrestado por orden del Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón. Sin embargo, luego de los desastres de Vilcapugio y Ayohuma, lamentó Belgrano no haberlo podido contar entre sus filas.
“A un bandido se le da más término”
Estaba yo conmovido, y marché al instante. Al momento de subir al birlocho (Dorrego) se paró con entereza y me dijo: -“¡Compadre, se me acaba de dar la orden de prepararme a morir dentro de dos horas! A un desertor al frente de su enemigo, a un bandido, se le da más término y no se le condena sin oírle y sin permitirle su defensa. ¿Dónde estamos? ¿Quién ha dado esa facultad a un general sublevado? Proporcióneme usted, compadre, papel y tintero, y hágase de mí lo que se quiera. ¡Pero cuidado con las consecuencias!È Lamadrid (Ob. Cit.).
Al momento de regresar los regimientos que se habían hallado en el teatro de operaciones de la guerra que se llevaba a cabo con Brasil, Dorrego ejercía el cargo de Gobernador de Buenos Aires. Lavalle regresó a Buenos Aires al mando de su regimiento de veteranos y luego de entrevistarse con algunos referentes de la facción unitaria, decide deponer por la fuerza al entonces gobernador Manuel Dorrego. ƒste, viendo la imposibilidad de hacer frente a las experimentadas fuerzas del jefe unitario, huye a la campaña, a la espera de la ayuda de Rosas. Es vencido en la batalla de Navarro, no obstante logra huir, pero es traicionado por parte de su tropa y entregado prisionero al general Lavalle, y conducido en un birlocho al campamento del general sublevado.
¿Por qué Lavalle se levantó en armas? ¿Por qué Lavalle fusiló a Dorrego?
Tradicionalmente, la historiografía nacional ha respondido a esta cuestión diciendo que Lavalle, hombre impulsivo y fácilmente influenciable habría sido objeto de manipulación por los unitarios. Del Carril le escribe “…Hablo del fusilamiento de Dorrego. Hemos estado de acuerdo en ella antes de ahora. Ha llegado el momento de ejecutarla. Prescindamos del corazón en este caso. La ley es que una revolución es un juego de azar, en la que se gana la vida de los vencidos.”
Sin perjuicio de ello, Vogel y Vélez Achával en su Historia Argentina y Constitución Nacional especulan con la posibilidad de que Lavalle pudiese haber estado, además, resentido con Dorrego por no haberlo nombrado Comandante en Jefe de las fuerzas nacionales en la guerra con Brasil, luego de la renuncia del general Alvear.
Al momento de su prisión Dorrego estaba casado con Angela Baudrix y tenía dos hijas adolescentes: Isabel y Angelita.
UNA CHAQUETA
“¿Tiene usted compadre una chaqueta para morir con ella?”
Salí corriendo y volví al instante con lo preciso para que escribiera. Tómolo y puso a su señora la carta que ha ido ya litografiada y es del conocimiento del pueblo; y al entregármela se quitó una chaqueta bordada con trencilla y muletillas de seda y me la entregó diciendo: -“¡Esta chaqueta se la presentará con la carta a mi Angela de mi parte para que la conserve en memoria de su desgraciado esposo!” -desprendiendo en seguida unos suspensores bordados de seda, y sacándose un anillo de oro de la mano, me los entregó con la misma recomendación, previniéndome que los suspensores se los diera a su hija mayor, pues eran bordados por ella, y el anillo a la menor, pero no recuerdo sus nombres.
Habiéndome entregado todo esto agregó: -“¿Tiene usted compadre, una chaqueta para morir con ella?” Lamadrid (Ob. Cit.).
Apresado Dorrego, es visitado por su compadre el General Lamadrid, que, paradójicamente militaba en las fuerzas del unitarismo a las órdenes de Lavalle. Lamadrid, conmovido por el triste destino de su compadre se empeña en interceder ante Lavalle, cosa que finalmente no logra, y acompaña a su amigo en los últimos momentos. Su testimonio nos ha llegado a través de sus Memorias. Allí, en sus últimos momentos, Dorrego le entrega su chaqueta, un anillo de oro y unos suspensores de seda; junto a sendas cartas para su esposa e hijas:
“Mi querida Angelita:
En este momento me intiman que dentro de una hora debo morir; ignoro por qué; más la Providencia Divina, en la cual confío en este momento crítico, así lo ha querido. Perdono a todos mis enemigos y suplico a mis amigos que no den paso alguno en desagravio de lo recibido por mí.
Mi vida: educa a esas amables criaturas. Sé feliz, ya que no lo has podido ser en compañía del desgraciado
Manuel Dorrego.
12 de diciembre de 1.828”
“¡Hágame ese favor que quiero darle un abrazo al morir!”
Fue entonces que me pidió le hiciera el gusto de acompañarle cuando lo sacaran al patíbulo. Me quedé conmovido denegándome pues no tenía corazón para acompañarle en ese trance. -“¿Por qué compadre?- Me dijo con entereza-, ¿Tiene usted a menos el salir conmigo? ¡Hágame ese favor que quiero darle un abrazo al morir!” (…)
Nos abrazamos y bajé con los ojos anegados en lágrimas. (.) ¡La descarga me estremeció, y maldije la hora en que me había prestado a salir de Buenos Aires!” Lamadrid (Ob. Cit.).
El coronel del Ejército Argentino Manuel Críspulo Bernabé Dorrego fue fusilado en los campos de Navarro, en un corral, un triste y lejano 13 de diciembre de 1828. El general Lavalle asumiría toda la responsabilidad ante la historia. Pensaba que con esa ejecución se ahorraban vidas en la luchas intestinas de nuestro país.
La viuda del fusilado, junto a sus dos hijas no recibiría jamás pensión alguna del Estado, y ella, que provenía de una familia acaudalada, finalizaría sus días trabajando de costurera para vivir, recibiendo alguna ayuda de parte del dictador Rosas. Paradójicamente, los únicos que se condolieron del mártir y pidieron por su vida, fueron sus enemigos, hombres de armas todos, entre los que se contaba el entonces gobernador interino de Buenos Aires, puesto por Lavalle, el Almirante don Guillermo Brown.
Fuente: La Prensa