Un libro fundamental sobre Malvinas
Para los soldados que conocí y acompañé en Malvinas, perder un camarada no era lo mismo que perder a un amigo. Era como si uno fuera el hermano mayor y no agarra a tiempo al menor antes de que caiga en un precipicio. Y el hermano menor lo mira, incrédulo, mientras desciende hacia la muerte. Es que se supone que los soldados se protegen entre ellos y, cuando fallan, la culpa los puede debilitar.
Estas y otras mil duras circunstancias debían afrontar, alivianar y revertir los capellanes de Malvinas, esos valerosos curitas vestidos de verde olivo, que el profesor Sebastián Sánchez rescata de la desmemoria en la presente fundamental obra.
Eran los que combatían en las trincheras espirituales, amén de aquellas de turba y roca. Y la tropa veía en ellos un ejemplo. Porque ponían el hombro para sobrellevar bretes y exigüidades voluntariamente; nadie los había obligado a ir a Malvinas. Arriesgaban sus vidas a fin de fungir de psicólogos, de enfermeros, consolaban, contenían, confesaban y absolvían, llevaban la misa y los sacramentos a los lugares más calientes del frente.
En mi primer libro sobre Malvinas, dediqué un apartado entero al factor religioso en la contienda. Pero tras releerlo cuando ya salió de imprenta, me percaté que no había ni un solo capítulo en que no estuviera presente la cuestión; a tal punto la fe había permeado nuestra justa guerra austral.
Para esa multitud de jóvenes que chapaleaban en la turba bajo el permanente bombardeo de buques, aviones y artillería terrestre, el pensamiento de la muerte era una compañía constante y los capellanes debían articular sus metas sacerdotales con las necesidades de esos hombres en un tiempo de caos.
CURAS Y CAMARADAS
En El altar y la guerra (Ediciones Argentinidad), Sebastián Sánchez nos brinda un libro potente, conmovedor y honesto sobre como lo hacían. Vemos en sus páginas que el cura no era para el soldado solamente un rostro amigable, sino un cuasi pariente, siempre un camarada y a veces hasta un padre, con el cual podía compartir sus cuitas y del cual escuchar atinados consejos. Tal como lo refiere el soldado conscripto Gustavo Luzardo en uno de sus poemas.
Los capellanes esquivaban balas mientras salvaban almas. Y se ganaron el respeto de la tropa ayudándola a mantener la confianza en Dios y en sus propias fuerzas. Los soldados tendían hacia ellos encontrando apoyo moral, apuntalamiento del espíritu, la posibilidad de escuchar una palabra sabia y tranquila. Al estar con los soldados bajo las mismas balas, el verbo de los sacerdotes también disciplinaba. Después de una misa, durante un tiempo generalmente no se escuchaban palabrotas, ni quejas. Sin dar órdenes, ayudaban a configurar un estado de ánimo propicio al cumplimiento de la misión, auxiliaban para atravesar crisis de fe y de responsabilidad a jóvenes que estaban a centenares de kilómetros de sus hogares en un lugar peligroso. Y no sólo a jóvenes, como lo ilustra el estremecedor episodio vivido por el mayor José Ricardo Baneta.
En una letra que escribí varios años atrás, quise plasmar la abnegada labor de los capellanes de esta manera:
“Curita de verde olivo,
Sin mas armas que tu candor,
Intrépido y caritativo.
Paliaste mi ansia y temor.
Allí donde juega la muerte
Su aterrador dominó
Me hiciste cien veces mas fuerte
Hablando de Quien la venció.
Y estando más cerca de Cristo,
Mas lejos la Parca quedó.
Tu bondad, tu bondad,
Me brindó invulnerabilidad.
Estribillo
Lejos de los padres, tu eras mi padre
Sembrabas consuelo y paz interior
Aunque por doquier reinaba el desmadre,
Aunque en derredor todo era fragor.
Te vi fatigando trincheras
Con infatigable vigor,
Te vi bautizar a quienquiera
Ganándolo para el Señor.
Y cuando la bomba tronaba
La misa no la interrumpías,
El pulso a ti no te temblaba
Al consagrar la Eucaristía.
Con esa presencia tan brava
Respeto y arrobo imponías,
Tu piedad, tu piedad
Me acercó a la inmortalidad.
Es que eras tambien un soldado
De las huestes de Cristo Rey
En la turba ardiente jugado
Como un combatiente de ley”.
El profesor Sánchez examina la larga historia de la capellanía militar, para luego hacer foco en Malvinas.
Muestra cómo se desarrolló una intensa relación emocional y espiritual entre los capellanes y los soldados. Realiza un gran trabajo asomándose a la vida, el servicio y el sacrificio de los curas militares, proporcionando historias asombrosas e inspiradoras.
La lectura del libro nos hace pensar que deberíamos hincar una rodilla en tierra en homenaje a la estupenda tarea realizada por los capellanes de Malvinas quienes, compartiendo con los soldados penurias y peligros, daban calor a sus almas, protegiéndolos de caer en el encono y el embrutecimiento, tan posibles en la lucha. En realidad, no sólo en el archipiélago. Como muestra el profesor Sánchez, la base de la formación de los soldados argentinos históricamente siempre fue la fe religiosa. Y los vasos comunicantes de esa influencia eran los capellanes militares.
El autor nos brinda retratos acabados de estos nobles curas gauchos, llenando un vacío, pintando un espacio del que hasta ahora no se habían ocupado ni los historiadores militares, ni los historiadores católicos.
Los bravos capellanes de la Gesta de Malvinas merecen ser recordados, sus historias contadas y sus figuras honradas. Sebastián Sánchez ha puesto una piedra basal para que así sea.
Fuente: La Prensa