Un presidente aislado y con una capacidad de reacción declinante
La pelea con CFK por las candidaturas dejó a Alberto Fernández políticamente solo. Toma medidas espasmódicas e ineptas. Massa, que no pudo con la inflación, ahora no puede con la deuda
La grieta que medios y dirigentes presentan como un riesgo para la democracia no separa al oficialismo de la oposición, ni al peronismo del macrismo, sino a la sociedad de los políticos. Para encubrir su inepcia, dirigentes y funcionarios se aferran a un discurso ideológico que ignora las crisis tanto económica como de seguridad. Esa respuesta elimina cualquier posibilidad de encontrarles una solución.
Ante cuadros terminales como el de la guerra entre narcos de Rosario, mientras el ministro de Seguridad, Aníbal Fernández, se declaraba derrotado, el presidente admitía que “algo” había que hacer y finalmente se optó por enviar un grupo de ingenieros militares para urbanizar las villas. No se sabe bien a quién se le ocurrió esa medida inconducente porque Fernández (el ministro) dijo que nunca estuvo de acuerdo con ella.
En suma, una medida inservible, en medio de una crisis sangrienta que pone en riesgo a personal militar inerme y en la que ni siquiera los integrantes del gabinete estaban de acuerdo. Más aún, que se evaporó apenas los organismos de DD.HH. protestaron porque a las Fuerzas Armadas se les encomendaban tareas de fronteras adentro.
Todo esto mientras la televisión exhibía saqueos y escenas de violencia entre las bandas antagónicas en plena ausencia del orden público más elemental que el Estado debe garantizar. Una anarquía tumultuosa de la que nadie se hace cargo y que refleja la actual etapa de descontrol del poder político y de descomposición del gobierno. Un presidente enfrentado de manera pública con su vice por las candidaturas mientras la gestión va a la deriva con un carnaval de la Cámpora en cubierta.
Bajo esas circunstancias de poco sirve los fiscales alerten acerca de que el recrudecimiento de la violencia narco tiene su origen en la falta de control de los cabecillas de las bandas que están presos y gozan de la complicidad de sus guardiacárceles. Puesto a hacer algo, el presidente resuelve dedicarse a la arquitectura y urbanismo. Actuar sobre la protección política de las bandas nunca entra en la ecuación.
La vice, por su parte, se concentra en el operativo “clamor” que es una mezcla de distracción y fantasía. Ni ella, ni el presidente, ni Mauricio Macri, dicho sea de paso, son competitivos con imágenes negativas de entre 60 y 70 puntos, a lo que hay que agregar que a medida que los problemas como la inflación se agravan, mas conciencia toman los votantes de la incapacidad del peronismo para frenar la crisis.
El problema de la vice no es la “proscripción”, ni la solidez de los fundamentos de su codena por corrupción. Su problema es la incapacidad absoluta de gestionar que demostró el gobierno que ella armó y del que intentó despegarse el viernes, Massa incluido, con un discurso sobre economía con el que demostró que como economista es una gran abogada. Más allá de la perorata, el mensaje fue simple: no tengo ninguna responsabilidad en este desastre. A mí ¿por qué me miran?
En ese contexto la oportunidad electoral se abre para sus detractores más polarizados como Javier Milei y Patricia Bullrich a los que la prensa y los políticos intentan limar sin mayor éxito. El “establishment” apuesta por Sergio Massa y Horacio Rodríguez Larreta, pero ven con preocupación que la vindicta pública amenaza al sistema armado durante décadas y que hoy está al borde de otro de sus colapsos cíclicos.
Milei ha desaparecido de escena. Su repliegue obedeció a dos motivos. Primero, que su discurso de demolición del gobierno parece superfluo. Hay quienes hacen más eficazmente ese trabajo desde dentro. Segundo, que su planteo extremo ahuyenta a votantes moderados que comparten su ideología, pero no sus exabruptos.
Bullrich, entretanto, comienza a dar señales de que es muy competitiva frente a Horacio Rodríguez Larreta. Los radicales fueron los primeros en darse cuenta y la rodearon en Mendoza el fin de semana pasado (ver Visto y Oído).
Frente a tanta incertidumbre otro de los que se candidatea a pesar de los números, Sergio Massa, acaba de cambiar de estrategia. Ya no se plantea hacer campaña con la inflación que sigue en niveles del 6% mensual a pesar de que esperaba reducirla a la mitad a más tardar en abril. A falta de una baja del costo de vida buscó presentar como un éxito el canje de la deuda colocada entre bancos y organismo estatales, pero la adhesión de los fondos de inversión estuvo lejos del nivel esperado a pesar de que los papeles que ofreció eran indexados.
En un caso de rara unanimidad la oposición rechazó el canje al que declaró vil y ruinoso por las condiciones de refinanciación. Massa tuvo éxito en comprometer al próximo gobierno con vencimientos que deberá afrontar en 2024 y 2025. Prorrogó los plazos, aunque no despejó el horizonte de la crisis. La impotencia no es solo del presidente. Está contaminando a todo el gobierno en retirada.