Indignante imbecilidad en el fútbol argentino

Ignacio Malcorra es un futbolista que integra el plantel profesional del club Rosario Central y padre de un niño que juega al fútbol en el Club Defensores. En un gesto que habla muy bien de él y que no puede más que aplaudirse por honrar el espíritu deportivo, posó para una foto junto a chicos de las infantiles del Club Atlético Newell’s Old Boys que se enfrentaron al equipo de su hijo.
Cualquier persona con un cerebro normal y el mínimo de sentido común que hace a la decencia, diría que tal hecho no tiene nada de sorprendente, no siendo más que una simpática anécdota para chicos de 9 años que pueden guardar recuerdo del momento con un jugador la liga profesional de fútbol.
Pero el fútbol argentino está plagado de imbecilidad. Una imbecilidad indignante que de muchas y reiteradas maneras quita al fútbol el espíritu deportivo. Entonces sucede lo inconcebible, que desde el Club Atlético Newell’s Old Boys se haya tomado la decisión de sancionar a esos chicos de 9 años con “tres meses de inactividad y la quita de la beca que tenían”. Sorprendentemente, y para demostrar que la idiotez está muy extendida, los padres de esos chicos habrían convalidado la sanción. ¡Madre mía! Así estamos.
Esta imbecilidad, este atropello a la razón propio de cerebros anormales, la produce el mismo Club Atlético Newell’s Old Boys que en 2023, hace apenas dos años, sirvió de escenario para que su hinchada desplegara un enorme trapo declarando al mundo su relación con la banda narco criminal conocida como Los Monos. No recuerdo que el Club haya entonces sancionado a los responsables de tal gesto. Un gesto que, creo, supongo, intuyo, es un poquitín más grave que el de jugadores infantiles posando junto a un profesional de Rosario Central. Tampoco recuerdo hasta donde avanzó la justicia en la causa por aquel mensaje mafioso, porque eso era ese trapo, pero me pregunto si no constituye también un mensaje mafioso que un club sancione a nenes de 9 años por fotografiarse con un jugador rival.
Tiempo atrás observe y cuestioné la estupidez de los clubes de fútbol que impiden en sus instalaciones que los socios vistan remeras de otros clubes, algo que tengo entendido era o es una disposición surgida desde la misma AFA. Nadie puede explicar la razón por la cual no se podría ser socio de un club e hincha de otro, pero parece estar normalizado que el fútbol es un ámbito de animales incapaces de convivir civilizadamente. Esa confusión de ver en cualquier otra camiseta a un enemigo es el origen del mal, es lo que justifica la violencia de las barras, las armas, los muertos, es la que resta deportividad al fútbol. Una de las razones por las cuales los partidos con público local y visitante pasaron a ser la excepción y no la regla.
Es también el dulce de la inmoralidad que alimenta el predominio delictivo de las tribunas, porque el fútbol en su marginalidad es un proveedor de todo lo que la criminalidad reclame, desde matones violentos hasta lavadores de dinero, pasando uno a uno por los escalones de las actividades y jerarquías delictivas. Por eso los narcos se enseñorean ruidosamente de las tribunas y silenciosamente de los pasillos.
Históricamente las políticas de seguridad subestiman la relación entre fútbol y criminalidad, tal vez porque la política está muy metida en casi todos los clubes y comparte los pactos de un mal entendido folclore que debe ser exterminado. La marginalidad del fútbol, como muchas otras cuestiones que hacen a la Seguridad Interior, necesita abordarse desde la comprensión cultural del fenómeno. Es en este terreno donde la expresión batalla cultural debe significar el esfuerzo por alcanzar el concreto imperio de la ley, y no por parches legislativos sino en el sentido más profundo del Derecho.
Entiéndase claramente, lo que Newell’s ha hecho es criminal: aleccionar a nenes de 9 años que el fútbol no es un deporte y que el rival es un enemigo despreciable.
Fuente: La Prensa