Magnano, el hombre que nunca se sentó sobre sus logros

En 2010 recibió el Konex de Platino al mejor entrenador de la década. En 2021 su apellido ingresó al Salón de la Fama. Para resumir su CV se necesitaría más que esta página. “El peor riesgo es sentarse arriba de los logros”, dijo alguna vez. Y nunca se sentó. Hasta ahora, que decidió retirarse para dedicarse a su familia y disfrutar el largo camino recorrido. Cuando habla Rubén Pablo Magnano es imprescindible escucharlo. Deja la actividad un prócer del deporte nacional que hizo cumbre como entrenador del Seleccionado argentino de básquetbol en 2004 al mando de La Generación Dorada que enalteció al deporte. Ahora sí, “cuelgo los botines”, anunció en la semana.

El hombre es un ejemplo. Hoy no solo el mundo de la pelota naranja lo idolatra y lo asume como referente. Muchos entrenadores, incluso de otros deportes, se nutren de los conocimiento del gurú. Resultan imperdibles sus frases, sus clínicas, sus entrevistas. Magnano deja de dirigir pero también un legado gigante.

El 9 de octubre de 1954, en Villa María, Córdoba, nació Rubén. Hugo y Carmen, sus padres, lo soñaron ingeniero agrónomo. A ese mandato familiar intentó abrazarse de jovencito pero no lo logró. Sí fue a la universidad para comenzar sus estudios. Lo intentó. Incluso, pese a que la carrera que habían pensado ideal para él sus progenitores no lo seducía, siguió tratando de avanzar en ese rumbo durante tres eternos años…

Los primeros días en la Selección los vivió como asistente de Julio Lamas.

Magnano manejó un taxi para solventar sus estudios. Nadie le regaló nada. Sin embargo, lo que realmente quería, era jugar al básquetbol. Soñaba con ser un buen jugador, destacarse dentro de la cancha. Pero no tenía condiciones. Se dio cuenta un día de que Luis Rissi, su entrenador en Talleres, había agotado los cambios con él sentado a su lado, en el banco de suplentes. Rissi le dio a entender que, como jugador, Magnano podía llegar a ser un gran profesor.

“Lo que no te mata te endurece. Después de esa anécdota empecé a estudiar lo que realmente quería”, recordó en una entrevista el año pasado. Cursó el profesorado de educación física. Lo hizo en complicidad con su mamá mientras su padre insistía con que lo mejor era que perfeccionara sus conocimientos sobre las ciencias aplicadas a la agricultura. Ganó el deporte. Perdieron la agronomía y su papá.

Y cuando obtuvo el diploma de profe, consiguió su primer trabajo en un colegio. Comenzaba, entonces, a formar jugadores. Aunque al principio se trataba de niños del jardín infantes, luego fueron chicos de primaria y, después, de secundaria. “Presenté una carpeta con un proyecto en un colegio de curas y ahí empezó mi carrera”, contó.

El festejo tras conseguir un título con Atenas.

Trabajó en Atenas de Córdoba, Luz y Fuerza de Misiones y Boca. Ganó títulos. Brilló. Se hizo famoso. Entre 1992 y 2000 fue ayudante técnico de Guillermo Vecchio y Julio Lamas en la Selección. Y entonces le llegó su momento. Magnano fue designado entrenador principal del Seleccionado nacional en 2001. Comenzó a gestarse el mayor hito de la historia del básquetbol argentino.

El equipo nacional descolló ganando invicto el Premundial de Neuquén de 2001, antesala de Indianápolis 2002, Mundial en el que arribó a la final y en el camino le ganó a Estados Unidos (87-80). Lo que sigue es historia conocida. Bajo la conducción de Magnano nació La Generación Dorada. La camada de los mejores jugadores argentinos de todos los tiempos que, en el lapso de 15 años, consiguieron medallas de oro, plata y bronce en los torneos más importantes organizador por la Federación Internacional de Básquetbol (FIBA).

Un grupo que marcó al deporte en general desde sus logros y conducta ejemplar. Con Manu Ginóbili a la cabeza, Magnano notó que estaba al mando de un equipo que iba a trascender, a dejar huella. Por sus planillas desfilaron Carlos Delfino, Gabriel Fernández, Leonardo Gutiérrez, Walter Herrmann, Alejandro Montecchia, Andrés Nocioni, Fabricio Oberto, Pepe Sánchez, Luis Scola, Hugo Sconochini y Rubén Wolkowyski, entre otros.

Argentina ganó la medalla dorada en 2004 bajo las órdenes del cordobés. El bautismo triunfal de  La Generación Dorada…

En 2004 Argentina ganó la medalla de oro en los Jugos Olímpicos de Atenas y nadie podrá olvidar dos imágenes. La primera, la definición de Ginóbili cuando se vistió de superhéroe frente a Serbia y Montenegro. Montecchia lo habilitó y la entonces estrella de San Antonio Spurs hizo la insólita palomita con la que anotó el doble que necesitaba la Selección para ganarle 83-82 en el último suspiro al rival que contenía a la mayoría de Yugoslavia que la había privado del título dos años antes. La otra foto es la corrida (del hasta allí siempre medido) Magnano para sumarse al festejo con sus jugadores en modo Sebastián Beccacece.

“Me animo a decir, sin temor a equivocarme y sin romanticismo, que Manu es el atleta más importante del deporte por excelencia en la historia de nuestro país. Es increíble”, dijo alguna vez Magnano para definir a Ginóbili, su gran lugarteniente.

El Gran DT dirigió a la Selección hasta 2005. Luego trabajó en España, Italia y comandó también las selecciones de Uruguay y Brasil. Argentina contó con excelentes entrenadores que extendieron el camino, como Sergio Hernández y Julio Lamas. Y equipos que mantuvieron la vara alta. Pero algo se fue desinflando a partir de malas decisiones de la dirigencia y de ciclos que se fueron cumpliendo.

Junto a Manu Ginóbili, a quien definió como el “atleta más importante del deporte por excelencia en la historia de nuestro país”. 

El Seleccionado nacional quedó fuera del Mundial 2023 (no faltaba a la cita mundialista desde 1982) y tampoco estará en los Juegos Olímpicos de París, que asoman a la vuela de la esquina. Quizá sería bueno que quienes conducen los destinos del básquetbol argentino le pidan algún consejo a Magnano, aunque el maestro ahora quiera descansar. “Nunca entendí por qué no me llamaron de nuevo (desde la Confederación Argentina). Creo que correspondía”, dijo en una de las últimas entrevistas que dio. Insólito.

Fuente: La Prensa