Hace 30 años, la muerte tomaba el control del auto de Ayrton Senna

El ídolo brasileño perdió la vida el 1 de mayo de 1994 luego de chocar su Williams contra un muro del Autódromo Enzo y Dino Ferrari, en Imola, Italia. Ese mismo fin de semana también falleció el piloto austríaco Roland Ratzenberger.

Las señales fueron lo suficientemente fuertes para que alguien tomara la decisión correcta, pero no fue así. El show debía continuar sin importar cuántos autos se rompieran o, incluso, cuántas vidas se perdieran.

La tensión ya era la principal protagonista en el Autódromo Enzo y Dino Ferrari, en Imola, Italia.

Largas caras y llantos sordos dominaban los boxes y en medio de ese caos, a la figura descollante de la Fórmula 1 se le cruzó por la cabeza una idea que lo acompañaría hasta el inesperado final. No quería correr.

El 1 de mayo de 1994, Ayrton Senna salió a la pista hastiado, visiblemente impactado por lo que había pasado  en la ronda de pruebas y en la jornada de clasificación.

Subió a su Williams FW16 y esquivó las esquirlas de los autos que chocaron detrás suyo en la largada… otra señal. El vehículo de seguridad le dio la última chance, pero el bicampeón le había dicho al médico de la F1 y su gran amigo, Charlie Whiting, antes de salir al circuito: “Hay cosas que los pilotos no podemos decidir”.

La carrera se reanudó en la vuelta 6. Senna dominaba pero su monocasco no tomó la curva Tamburello, sino que salió de la pista en línea recta a 305 km/h e impactó contra un paredón de cemento a 218 km/h. La rueda delantera derecha se desprendió y golpeó al ídolo brasileño mientras que un brazo de la suspensión le atravesó el casco y la visera. Esto le causó una fractura en el cráneo con pérdida de masa encefálica.

La imagen cayó como una bomba y, mientras la muerte convencía a Senna de que era momento de partir, la desazón comenzaba a reinar en Imola.

Senna no se movía. Los médicos le practicaron una traqueotomía en la pista misma, tal vez en vano, hasta que un helicóptero trasladó al deportista al hospital Maggiore de Bolonia. Desde allí confirmaron lo que todos sabían pero nadie quería aceptar. Senna había muerto.

LA JORNADA NEGRA

El Gran Premio de San Marino de 1994 fue el escenario del fin de semana más triste y oscuro de la Fórmula 1.

El 29 de abril fue el Jordan de Rubens Barrichello el que dio el primer aviso. El entonces joven piloto brasileño golpeó su monoplaza contra una defensa en la curva Variante Bassa a 225 km/h. El auto salió, literalmente, volando hasta que chocó la parte más alta de una barrera de neumáticos. El vehículo dio varias vueltas y quedó boca abajo.

En los boxes, las impactantes imágenes generaron preocupación, hasta que los médicos que llegaron al lugar del accidente confirmaron que Barrichelo había sufrido una fractura en uno de sus brazos y que se había roto la nariz. Estaba inconsciente, pero vivo.

Minutos después, Senna se acercó hasta lo que quedaba del Jordan para socorrer a su compatriota. Los pilotos no podían estar ahí, pero Senna era más que eso.

Al día siguiente, durante las vueltas de clasificación, el austríaco Roland Ratzenberger, del equipo Simtek, falló en la curva Giles Villeneuve y su coche golpeó una barrera de hormigón de forma casi frontal. La fuerza de la colisión le ocasionó una fractura en la base del cráneo y la muerte instantánea.

El piloto, de 33 años, corría apenas su tercera carrera en la categoría. Había conseguido el dinero para financiar cinco.

La imagen rompió algo dentro de Senna. Estaba desencajado, enojado. No podía entender cómo el circo de la F1 debía atravesar la tragedia y continuar como si nada.

El domingo, el piloto paulista no quería correr. Se lo veía fuera de su eje dentro del habitáculo de su Williams, allí, donde había colocado una bandera austríaca para homenajear a Ratzenberger en el caso de subir al podio.

El piloto abandonaba a Senna para darle paso al hombre y el hombre dejó de ser para construir la leyenda.

Fuente: La Prensa